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Carnavales de Mérida

Orígenes

Los siglos XVIII, XIX y en el primer cuarto del siglo XX ya marcaban, desde entonces, la trayectoria que seguirían las festividades del carnaval que disfrutamos hoy día. La amalgama de dos razas importantes aportó a los carnavales de Mérida matices ingenuos y especiales. Lo mismo sucedió con la trova y otras formas de expresión de este pueblo tan singular. Los moradores de la ciudad de Mérida, capital de la provincia, llevaban una existencia apacible en los comienzos de la época colonial y, al igual que muchas ciudades de la república, el movimiento de los ciudadanos se reflejaba cuando se trataba del rey, de un obispo, del nacimiento de un príncipe o de alguna solemnidad religiosa; se divertían con corridas de toros, mascaradas y misas solemnes en las fiestas del santo patrono.

Don Luis Céspedes de Oviedo introdujo en la sociedad de fines del siglo XVI los bailes, saraos, convites y fiestas de máscaras, causando indignación entre quienes consideraban que estas actividades eran precursoras de futuras deshonestidades. Algunos historiadores sugieren que fue el gobernador don Guillén de las Casas quien, entre 1578 y 1582, inició, en la Mérida de los Montejo, las fiestas carnestolendas para que, antes de la abstinencia severa de la cuaresma, la gente tuviera una forma alegre de expansión. En el siglo XVIII, los días domingo y martes de carnaval eran celebrados con gran pompa en la alameda que el gobierno de Lucas de Gálvez construyó. Eran fiestas en las que participaba la gente adinerada ante la expectación curiosa del pueblo, en su mayoría indígena. La clase media poco a poco fue incorporándose a estas festividades. Los carnavales a mediados del siglo XIX duraban tres días; posteriormente se ampliaron a cinco y para cerrar el ciclo, ya había la costumbre del "entierro" de Juan Carnaval. A finales del siglo XIX Mérida no contaba con nomenclatura alguna y se orientaba a la gente por los nombres de la esquinas que llevaban títulos simpáticos como "el porro", "los dos toros", "la perdiz", "el tigre", "la cruz verde", "el moro", "la culebra". Estas esquinas eran el paso para los desfiles que se iniciaban en la sociedad "La unión". En el bando habían jinetes, calesas, carretas, bolanes, diligencias y hasta carretillas con personas disfrazadas con elegancia y buen gusto, que derrochaban dinero para sobresalir y divertirse. Tiraban flores y perfumes a la gente que contemplaba el espectáculo.

La preparación era desde el mes de enero, en residencias particulares. Las casas europeas que comerciaban con artículos de moda realizaban magníficas ventas en estos días. Los bailes eran de gran suntuosidad en ingenio, lujo, animación y alegría. En 1908 el comentario periodístico fue que no había en América nada semejante fuera de las fiestas análogas de Nueva Orleáns. Las sociedades la Lonja Meridana, el Liceo y la Unión fueron, en el tiempo que les correspondía, las que le dieron más realce al carnaval meridano. Fue el Liceo de Mérida el que organizó por primera vez, a finales del siglo XIX, el paseo del viernes bautizado con el nombre de "corso" o "paseo de fuego".